En una tarde de
Nueva Jersey. Cráteres, las axilas
rasuradas en sus montañas. Después de varios pestañeos se escucha en medio de
sus aturdimientos la tracción por los vacíos.
Le echo de menos
a KA. Puesto el rostro y en él sus ojos. Un cuello que gira. Lo
pongo frente a mí sobre un quebrado. Y donde aparece- lumen- toda mi
incertidumbre en equis, presión parcial, la fugosidad.
A tal punto que salgo al patio. Debajo del moral me siento en una silla de playa donde recoge, entre el verde y el aqueo, un descarnado amarillo. Si fuera canario- pero se interroga en un ligero temblar, la última ráfaga de viento, como si alguien se hubiera de ella levantado, y caminara, ahora, sobre las hojas, el deseoso.
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