Juana de Ibarbourou |
En la Posta del
Chuy una puerta lleva a un escondite y el escondite a un hombre de aserrín. Apuesto
a que nada fue como me lo cuentan aunque insisten sobre la exquisita
tranquilidad ofrecida por la caída de la tarde en este paraje. Y al lado, justo
al lado de un edificio de piedras concebidas, a un árbol le creció un agujero,
grande de culo e inverosímil- siniestramente abusado- y desde el cual en un ángulo
previsto se puede ver el arroyo arremeter contra las redondeces escarzanas del
lado oeste del puente en días de crecida y dónde, en fantasmagórica entrada. Y.
O. Salida, preside una cadena todavía,
ofidia y resbalosa, habilitada para izar marras, atar bigornias, o si se quiere
trancar, como en los días cuando José Gervasio Artigas firmaba patentes de
corso, por si a alguien se le ocurría, por acto de celo patrio, en cualquier
tarde, agredir allí- postas, almádenas- a cualquiera y violarle el sieso cien
veces si fuera necesario sin negociar peaje o falucho.
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