Miguel Barceló |
Se instala. Y. En
el cruce, al pasar la torre de la iglesia, desperdigadas las expresiones, se reúnen
las antañas angustias. Entre ellas, las arrugas de Márgara. En el zurcido traje
de Gerardo. Quien jala en su cabeza una larguísima soga y una campana que,
después de tantísimos años, no logra oír o y –simientes- las burlas del abrojo
por las rendijas danzando debajo del aciago humano mientras los niños han
esperado todo el día la siesta de los adultos, el adúltero cero en el percudido
olor de las guindillas, sus primeras perlas masturbadoras, aquello, miedo y
primerizo, alternativa antes que mirada, antes de las fiestas, antes de los
casamientos y entierros, antes que la confirmación de la torre se incline y su balanza
en la maza se encuentre en la fuente, seca desde el siglo antes pasado, y
olvidada por 252 generaciones de golondrinas.
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