En la dinastía
del teodolito le condenan entrar hecho estrella.
Un ojo. Y el
otro aparece astillado de manera que la iris es la rosa fornicada de un culo.
A partir de los
vientos me excedo y, al sentarme para revisar cuánto abarca verdadera
orientación, a mi lado se aparece una mujer con un eclímetro, y en su mano muestra,
igual a una fruta, un agujero zurcido.
Y en esa malaria
de un estado hacia el oxidante perecer digestivo, arranca una dirección a la
cual acuden las ardillas por los bordes de las cercas.
Después, retengo
esas ganas de levantarme. Acaece el recóndito sumar del norte. Sobre los
verdes de junio una esfera de alergias y pájaros que huyen del calor.
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