Robert Browning alrededor de 1888. Fotografía de Hebert Rose Barraud |
Y lo penetrado.
Y una talanquera sobre el rostro a un lado del muro de lo que salta en más de
un sueño, abajo se viene y. Allá. El rumiar entre los dientes de las bestias,
el roer de la tierra dentro de sí misma, el caer de las bostas, el asistir de
los gusanos en prole por pistilos e hierbas, y el hedor. El carroñar de las
auras. Las cercas tendidas sobre las hectáreas hasta quebrarse en carreteras,
en números, y un cartel (verde) con una distancia exacta como el latido de un
corazón que tiene edad mayor. Mayor. Mayor que todo lo que allí presencia juicio
y exterminio. Y al saltar -lo penetrado- no regresa. Renace. Queda, bien adentro,
ese poema de Browning, desperdigado, genésico- Ausencia vs. Desgaste.
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