5 de abril y 2011
Huele a alcanfor (Manga). Por la ribera del Elba. Un elevado de pájaros que nunca he visto antes. Hasta un robledal se posan en una maniobra aérea para confundirse con las hojas. ¿Irminsul? Desde el vaporetto. Se podría remar contra el río como lo hace un grupo de fornidos sajones. O.Y. Cruzar el río. Y. Caminar por los jardines hasta el palacio.
Una canoa. Contra corriente va dejando un rastro por aguas que nadie aprovecha.
Y lo que pienso (segundo) es en su pelo amarillo. Y luego. Estoy sentado, en la parte alta de la ciudad, con un Schloss Wackerbarth que baila casi hecho flor. ¿Será por eso que hay instantes que es imposible percibir la esencia de algunos momentos?
El viento ha girado. El perfil de Manga. Que me apunta con el índice el sanatorio. Que me señala la sombra que le pasa por sus ojos azules. Y allá. Un vidrio donde la ciudad está detrás.
Hay un peso ámbar, a esta hora, en la distancia, por donde el Elba dobla en un cobrado meandro hacia el norte. Uno no puede imaginarse a Dresde despedazada.
Si quito los ojos. Las axilas. Una fuente enrollada de espumas con su remolino de sabores. Un trigal. Un ventanal si quito los ojos. Un ventanal en la noche. El cuerpo de ojos cerrados se me confunde con una bella cicatriz. Un durazno mordido donde allí pongo la lengua. Tranquilo.
Se me hace difícil pensar en algo más que no sea el sabor de este reflujo que me sube acre.
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