22 de abril y el 2011
Creo que a las 6 y 15 de esta tarde acrecienta el ruido. El mismo gallo canta. Y por las ventanas emerge la queja de lo que se abalanza. La costra de las palabras se convierte en volumen.
También quiero creer que el primer indicio de la frescura de la tarde quiere ajustarse. Hemos pasado por una avenida inundada de flamboyanes (casi calvos). Y por un río de almendras que se arremolina contra las piedras. En un giro se pierde en un meandro ominoso. Allá. Por debajo de un puente.
Y aparece una cortina vegetal. ¿Qué indiscreción reinará detrás cuando uno cruce por esta arboleda? Aparecen dos caballos. Uno blanco. Uno negro. Dos lamentables rocinantes cerca de las aguas con las cabezas enterradas en el verde. ¿Y sus dos Quixotes?
La tarde. Ruedo hacia La Playa. Uno se asemeja un poco a aquello que uno cree indeleble. Me pregunto si habrá llegado a esta ciudad, donde reinan las fisuras, el vacío que me persigue. O. Y. Si sentir tiene alguna pregunta importante.
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