viernes, 14 de junio de 2013

¿Cuál es la mayor angustia de un gato birmano?


Gato sagrado de Birmania

Noria la escalera, su espiral de flor carnosa perseguida por una nutria, las calizas, tomo a tomo, por los libreros húmedos, esquineros bajo el silencio del cuarto. Soñando voy, me apartan las tripas, vuelo y vomito. Y en el hedor, me leo el Norfolk de Sebald; adentrados, con hilo quirófano en una mala secuencia de un día lluvioso, el ácido y los trozos deformes de los pasos. Y si más no recuerdo mi madre pregunta, dedal en mano, qué hace ese agujero-¡muchacho!- en medio del viaje, para zurcirlo.
No hay tal escalera. Salgo a la calle rumbo a mis padres. Queda entre ellos brezos y desgarres- molinos y aspas- de los doce vientos, un Cristo que a los hijos salve de las tentaciones del mundo; padre, a tientas, cree que una tapa es un queso, y madre se caga en el día que ese hombre entró en su casa, y a los ochenta y tantos, planea una cirugía estética.
Y si fuera remedio, aquí varado, pegar las páginas de Ezequiel a Lezama, heredar los párpados caídos de mi padre, la codicia por las mantecas y la vanidad de los salmos o el edredón de mi madre ¿creería, me deleitaría, en los toques dantescos, en las trompetas del allá, confesarles? ¿Cuál es la mayor angustia de un gato birmano? Asalta padre. Temo al inquisidor silencio cuando abro el refrigerador. Tendré que buscarles algo de comer. Para él, alas de pollo frito con viandas aceitadas, y para ella, el agujero y el deleite del chocolate.

No hay comentarios: