Fortuito, chupetas
y lambidos, las faldas la brisa alza, y ojo todo, cruje bajo ello, cauteloso y
escondido, párvulo, el rescabullador. Mini string y más blanco que una concha
calcinada, la ceguera para nombrar la acertada ventolera, quisiera que en un
velero aquello se hinchara sin horizonte y le arrebatara el miedo. Y miedo a
qué. Porque Marilyn Monroe padecía, años después sorprendido descubriría, un
exhibicionismo contaminado por el ruido del tren que pasa por las entrañas.
Esto, sin embargo, allí, era otra cosa en principio. En su capacidad orgánica no
había otra seña que la carne expuesta y la carne cubierta, los anales
reproductivos disparándose en su rosa de los vientos, empaquetados con sus
energías inútiles, el tiempo detenido en el pulmón, la estética del escondite y
la adicción, la baba anticipando al ojo, el ojo abracando el detalle, el
atascamiento de un instante empujando la memoria cuando el helado se derrite en
los conos incontrolable. Pues, desliza su lengua roja e infantil, sin placer y
displicente, por la meliflua vainilla. Es simplemente un instante de cualquier historia
parecida. Bajo la sombra del júpiter aborda el rodar de la gente en las aceras,
en total tensión y cortés, el hechizo.
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