1
Manhattan. Un
sorbo acróstico y vulgar. Conjura el espacio, su amplia abertura, un tejado de
naranjas y carmines donde las sextinas de Carlos Germán Belli y la escuela
veneciana, ambos Tiziano y Veronés, se inclinan en un pozo de respiraciones, caldos
de nitratos fríos y delirantes emisiones, por encima de los rascacielos. A punto
de un gran desmayo la luna de agosto se adelanta, pespunte velazqueño,
enhuevando los amarillos, con su hilandera. Por si acaso, por si fuera
necesaria, se asoma.
2
Su trata de barcazas,
tizne, abdómenes de proa a popa sin banderas, carentes rojos, entrometidos tatuajes
a la deriva, otra vez, tejado movedizo, a penas, un contrato de estragos con las
gaviotas y sus sombras espejeras. Y por su puesto, el cielo con sus tautológicas
nubes despernadas se estriñe entre los puentes. Un animal largo que de sí
quiere cagar y no puede. El Hudson.
3
Desde Manhattan
se divisa Nueva Jersey. El oeste con la promesa del oeste. La repetición de la
rosa construida para orientar el resumen de cada esquina parecida a cada
esquina construida. La esquina de Ramsey, la esquina de Knoxville. El semáforo en
rojo de Columbus, el semáforo en rojo de Alburquerque. La semilla voraz, cotiledónea.
La caída de Alicia hasta el fin de nevadas sierras de Sierra Nevada. Esa
inmóvil carretera se ha unido a una y única y tangible pasión de una ciudad por
otra. Un hombre por otro, con su móvil, en cada esquina.
4
En la ruta 80.
Los autos se desplasman. Empujan, este-oeste, las membranas de la estirpe y el
móvil. El desfile, correcto y metódico, de esa arteria más allá de la promesa
del Mississippi. E inevitable cuando en los autos los niños, taciturnos,
preguntan si ya se llega o cuánto falta. Es una imagen nítida, una velocidad
constante el ir y venir. Es la vida ansiada del ser y estar: los árboles pasan,
los letreros pasan: las gasolineras, las intersecciones llegan, y las
autopistas se inclinan sobre las electricidades que alumbran la noche- por
ejemplo- de un motel donde pestañea el neón, una y otra vez, repetidamente mil,
bajo el ruido de una mosca acogedora y gigantesca.
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