Ripiaba, cosa engendrante, los músculos de los
cargapesas y revolvía, en un sinfín, los Martini de aquella tarde. Casi fiel,
el codo apoyado, pesada gesta la cabeza, su chiguagua que corre chillando a la
esquina del patio, y el autobús que, cargado, transmuda la ciudad; gente vestida de novísimas materias,
apretados, uno al calor del otro, y sin hincharse, sin pedir la menor disculpa
entre insultos y meneos. Y lo que venía estuvo a punto de llegar. Casi roce de
hojas de guayabo. Un momento de esos que alucina toda una vida. Su aroma
surtiendo en la caoba copas y aceitunas. El tintineo. El trineo. El látigo en
el aire zurrando a esos perros en medio
de tan cegadora blancura.
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