George Grosz, Porträt des Schriftstellers Max Herrmann-Neiße, 1925 |
De socotroco lo
agarrarán varias veces y sin que lo sepa. Le quitarán hasta los poros de los
huesos por suscribirse a la herrumbre de sosos y héroes que alguna vez leyó,
pues tiene códigos cicatrizados en lugares inaccesibles. Nieto de torturadores,
hijo de abofeteadora y banquero, sabe acomodar lección de orgullo a los
orgullosos, sopa de gallina a los gallos. Tiene esa magnitud que nombra sin que
lo llamen. Presente en ángulos diversos se abstiene, su mano- dolor- sale para
acertar cuando la condición es mortalmente necesaria. Será por eso que tanta
gente lo odia y desea. Lo evitan en las reuniones. No pasan del buen día o un
apretón de mano en retirada. Y en cualquier día de lluvia, después de algún
furtivo encuentro, cara brillante en la vidriera, el café bebe con firmeza.
Se le ve aguantar, pierna cruzada, la tacita con la izquierda y devolverla a la
mesa en total silencio.
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