Vuelvo a las
nébedas. Me encierro en cero, y lo cierto es que, en este último día del año, me
miento porque sí. Voy a los tulipanes del búcaro. Al extremo de la mesa. Allí
compadezco. Al borde. Sombra. La quijada pulsada de trismos, las orejas dobladas
y llenas de acúfenos, atrás, aunque rombo hecho el piso padezca en silencio. Y
como aquí resisto al cuarto, a su alta biblioteca, me lanzo al Jardín. El
Jardín sabe de las llaves sueltas en mi corazón y dónde todas penetrarían en
gansos púrpuras. Me levanta con su envés, hojas pecioladas, la intensidad
cuando se hunde bajo mis garras, y la aparición- el rabo de ella en la noche. Oh
ka. Pone esta diaforética, fresco diámetro, la forma que cabe en su esencia. Plexos
en la luna, rosa construida, maullidos, cresta como gallo perfumado de
cundeamor este laberinto, las calles donde me crié, los techos, el raspado del
zinc, y algunas puertas. Vuelvo. E insisto volver sobre mí, priápico, imaginada
concepción. Dónde estoy. Aquí. Donde hoy tan Solo me queda una vida para
chingar.
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