Gerardo Deniz |
Con todas las trabillas
hoy, lluvia ayer, finísima, todavía en la garganta y la noticia: madre quiere
regresar a visitar a su madre muerta e insiste irse dónde Gerardo Deniz se fue hace
un par de días por un par de infinitos. Es una lástima el borrón cuando mira. La
ventana. El deshielo, sus sopas, y el tenebroso humear de su café que nunca fue
el mejor. Pero como decís Gerardo, el bledo no es que importe sino que se
pierde el interés y entonces la ligereza toma su sitio alrededor de los demás,
desde lejos te observan haciendo petroglifos, cosiendo tripas, simplemente
obscenos cuando se les viene en gana. Madre nunca llegó a leer a Deniz. Lo suyo
eran los salmos. Y yo, por culpa de Fecal, aprendí mucho más de ella que de él.
De su afición por los hilos que atan en blanco, el neutro amor por los hijos.
Igual que María por Jesús cuando viole cagar por vez primera. Para que el mundo
hediera como tal. Como un Gólgota. Y con los años en los contrarios, entre ambos,
sin anécdotas por las lecturas, se pegó El Desguace del verbo contra las carnes.
Y el verso en su revés inequívoco, allí luxado, y sin magistrales, apesta a querosén aún hasta en el olvido y sus valles de sombras.
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