Anoche, tensado, volví sobre el cuerpo. Su soga
argumentadora tejida densa. Palpé la gruta de su ano. Jarcios ceros sumaron los
movimientos en el gris donde quisiera poner todo a descansar. La gracia de un
cuello fundido en el nitrato de plata y en el instante del flas cegador. A dichos
vericuetos transmudé las tripas, repletas, frescas, como dulce en las axilas trémulas.
Algo allí, obsceno y delicado, partió a Nepal para acurrucar la tierra y
hacerla temblar de placer.
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