“Accidente Aéreo” (2005) de Miguel Ángel Ruiz Beato |
A las
6 y 40 y 6, esperando en la parada del 167, todos tememos. Alguien apunta que
es un ala. Otro decide que es la cola. A mi lado, una señora se persigna. Alude
al talismán en su pecho. Otro, asegura que es el Dios Él. Pero, duda que el
cirro se haya adelantado a las presiones de febrero porque tiene que haber
habido, afirma, Un empujón allá arriba. Y
cuando quiero añadir que El cálculo de las barras de los seres celestiales ha
bajado, y ese cuerpo de la enormidad se tuerce en su cistina, azufres de escalas
manieristas, hacia el sur inexplicablemente, dos jóvenes comentan No hay duda
que hubo una batalla. Se corre la voz. Una batalla, y este residuo de un cuerpo
celestial en estado de putrefacción, es el zumo del deshielo polar. Nadie lo
va a creer, aseguran. Aquello. Una serie de señales milenarias aparece en El hombro caído sobre la cúpula del edificio del correo, su insinuación una
cola o una túnica tapando un pie, un poco más arriba de lo que fuera la
imprenta de mapas mundi hasta 1986, hoy un geriátrico. Y desde que ha levantado
el vientecillo y las 500 palomas del pueblo cuajan con ellas el estribor de un
arca sobre los tendidos eléctricos, la señora más baja del grupo ha estirado su
índice. Desconcertada solloza Se ha vuelto nube. Y en menos de lo puedo
explicarle, un coágulo gris nos obliga a abrir los paraguas.
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