Muengo,
mordido. Penurias de pinta alcahuete, corinto, balbucea. Íntimo, cálale con
todos los restados un Cavafy o un tragicómico Parra antes que los bárbaros violen en La Ágora a la madre y a la puta más gata. Y. ¡Cómo ha aprendido a
dilatarse! Todo quédale lejos y menos ancho. Desde que le talaran la precisión
histórica no sabe hacer otra cosa que po-po por las calles, hético, estriado, y
a la caterva murmurarle que súper lunas enemas, que luces tiernas, que el
internet fotuto es po-poesía de sobrados que han sobrevivido contra indicaciones
y descaro por universal decreto. Esas quejas. Esos túmulos. Esa inútil
biblioteca de la denuncia el bla bla contra la puerta, palanqueando al cerrar el
carapacho. Y en soledad, obvio y roedor, se le adviene La Desdicha vestida de
alivio. Y no es porque le desagrade la poesía china. Es que, al volverse a leer
sus poemas, las náuseas precipitan Las Nimias, esófago arriba, de huevos con
verdes oronjas.
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