Detrás.
Por donde Manhattan agudiza, claridad de la sambumbia, se enciman plateando la
marea y los cliché. En busca de las rocas, una larga lombriz por la corriente rebota en el muelle. Desde allí, el suicidio sacude un gesto difícil, un paso en
falso, y está casi a punto de ser, más que fragilidad, Todo lo contrario. Flor
de vida su estado agónico mientras las lanchas en la lejanía se oyen romper las
agujas según incontables aguas bordan. Y en el ruido, en lo cercano, desde los
mejillones que se marginan y el paladar degusta sus cítricos, la textura (olivar)
resbala en la cinco de la tarde. Se adhiere, forma su concupiscencia. Y al
bajar la marea, a 20 metros de la orilla, varios peces, zapatillas sueltas de una
ausente bailarina, deciden quedarse en los surcos del fango.
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