Como si se aplastara el mundo, la lluvia. La funda (gris) tendida en la calle, una tensa y discreta iluminación que los autos hilan. La gente debajo de los paraguas olvida. Y el ruido acomoda, extirpa, y por las paredes enladrilladas de los edificios duele como un miembro, un brazo, un pie, que en su forma reclama el dolor, la sensación del peso, el momento de la velocidad en el paso, su contorno impalpable.
También espera el moral. Desgajado, y ante octubre, las aguas se aprovechan. Las ramas, oscuras psoriasis, gimotean debajo del ruido de la cortina de un avión que aterrizará sobre un mapa en Newark donde se cruzan las pistas y desaparece la melancolía.
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