Desde la otra alcoba, desprendido entre la ropa amontonada, marginado debajo de todas las suelas, permutando dentro del esquinero, polvo antaño, y por la lámpara con el roto luminoso y la rendija de la puerta a media entrada, llega el olor a Eros con su cuadrilla de pepinillos avinagrados.
Y si molesta, putrefactas convenciones, transitado puente, mi biblioteca hace presencia en el deseo, a base de aerosol se combate lo invisible, se le da distancia en vez de cuerpo con un pulso de frambuesas o un taconazo de cítricos.
Aquí, yo en calzoncillos, fijándome en las grietas de Las Habanas, se insinúa, evasión, abolir cualquier promesa que mi corazón quisiera ejecutar, cualquier cálculo que la felicidad intentara depositar en mis deudas. O. Quizás sea mucho más simple. O. Daría igual que fuese más torturador? Isabel quiere ir al teatro y vestirse en ese momento que ya escapó; prefiere convocar y almacenar ese otro deseo donde se prolonga la belleza que también insiste vestirse en la otra alcoba.
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