Manhattan |
¿Cuál dulzura, al trocar el gris, por un instante detiene a los rascacielos? Manhattan. Lo roto y la llave de imparciales jueces estallan contrapunteando al oeste, una columna de pillaje, la trama de los pasajes, el limbo del continente con sus farsantes detalles, la lluvia que se encima. Y de pliegos, achuras, esos complejos rescates de memorias descinchadas. Uno. Sin saber qué hacer con esta América. Ese momento enjalma sobre el ferry una displicente alegría turística. Y tan pronto lo percibe, encaramado en ese vitral, corrige al clonar su abundancia. Inigualable, aparece nariz redonda y roja, cabellera azul, y antorcha en la mano, ese irrescindible YO. Así, ante la vida, y para hacer reír a todos los atracadores.
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