Martin Heidegger |
Primero le insinúo Deuteronomio 4:14 y me responde con la firmeza de Habacuc 3:9. Y para darle cuerpo al Altísimo se quita la bombacha y sugiere Sea la Gloria y Tal vez deberías rasurarte la barba y no dejar por perdidos Los Caminos. De mi parte, de calzones, encorvado en la silla plegable, me deroga Heidegger, mi infantil vida política y, sobre todo, esta visión de lo bello (que) se pule mientras (ella) va y viene una y otra vez en incansables círculos por la sala. Incansables veces. Hasta alcanzar la velocidad y la levedad de una insistente mosca.
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