10 de noviembre y el 2011
Una barra de dulce de membrillo en la mesa. Reza el resto de lo que he ido amputando con la condición de que no vuelva(n las moscas) a conspirar contra las lecturas. Ya hace un buen rato giran por la cocina tres moscas diminutas. Y es que no encuentro la cáscara de la última fruta. Podría haber sido una naranja. Una banana. ¿Serán los calcetines perdidos? Se podrían multiplicar las razones que atraen a estas tres moscas a este espacio inconsecuente. Por ejemplo, estoy consciente que hace 5 días no saco la basura.
Y estuve a punto de decírtelo. De meterte en ese círculo de alevosías y aceites viejos. De estirar el momento en su huida (liebre). Ponerle el saltarín colorín colorado a esta historia de libros regados y moscas desquiciadas. A punto. Casi al filo de callarme para siempre como ese clavo en la pared de donde cuelga mi carnet de identidad. La cara exigua, la nariz hinchada, y con la camisa azul de viaje. Un No entiendo todavía por qué estoy colgado de este clavo de mierda.
Por lo demás, no sabes nada. Absolutamente nada de mí. Primaria distancia para el morbo privado. El espacio (celoso). Y. O. De páginas que tengo marcadas en algunos libros. Párrafos completos, subrayados en lápiz, y que jamás volveré a leer. Y que están ahí sin que tú lo sepas. Donde no me atrevo a poner la vista para que jamás te enteres. Quién. Ni cómo. Ni de dónde. Ni cojones. Pa que ni te pierdas.
Y dejo de entender tus manos. Esa cuerda. Me la pones en el cuello. Es lo que siempre has hecho cuando te desesperas. Cuando jaloneas lo invisible. Y lo que buscas, cuando te digo de mis querencias de estos días, es al que ha perdido los calcetines, al que no encuentra las cáscaras. Y lo que no encuentras es al que sigue a las moscas cuando vuelan sobre el membrillo, al que prefiere que calles todo el día para que no interrumpas los párrafos marcados.
Es más, se aparece La Parálisis con sus caricias. Me atraviesa la voz (bajito bajito) que me quiere.
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