Diógenes por Jules Bastien-Lepage (1873) |
Noes
graves. Hoy sin loas. Pero si mañana se arrimaran con los mismos verbos ya
caducos, la apoteosis andaría por ahí, la placa instalada en el pocillo del
tintero se absorbería en su euforia cibernética. A cada paso que doy una
blandenguería de timbres e inflamaciones, descontentos y sombras, las letras al
revés del revés de los reveses, mazmorra por las gavetas de las cambrias, y las
tuberías, que desde hace una semana vienen sonando, como si todo el edificio
estuviese indigesto con los vientos que dejó Sandy, quieren partirse en las
paredes. Y lo importante es que algo (todavía) todavía no se lo permite. Y ya
veremos hasta cuándo esta página en blanco (ligero tinte gris para el descanso
ocular) con su luz se lo tolerará. Estoy, por lo menos, claro que aquí no
tendré espacio para levantar este cuerpo de hojas y escambroso Diógenes, y
lecturas, y atar la cuerda donde colgaría mis poemas en portugués. ¿Se quebrará
el espacio donde Austerlitz gira en la luz para desaparecer con el bello rostro
de la haitiana de anoche?
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