martes, 2 de abril de 2013

El saco de arena


G. A. 5 (17.1.84) 1984, Gerhard Richter

El saco de arena. Empero dos cucharas tempranas de glucosa, en el estante una cueva con pimientas y Cantábrico de latas, ramen a montones, en el café más barato esta semana ni siquiera al fuego calentura. Y luego, dos gestos en uno. Ponerme el cuerpo en la ropa y alentar las botas hasta pararme frente a mí. Después de aplastarme - el alma se aleja con un animal que canta en el cerezo (desnudo) frente a mi ventana- regreso como un tonto a buscar, me aseguro, alguna ruta de Sebald sin pensar en la mochila que guardé en el armario el pasado otoño. Y. O. Buscar la mochila entre las ruinas ya repartidas de las 9 y 15 minutos porque necesito llamar a Isabel y que me diga dónde hubo tanto sitio en mí y por qué no aparece ni el mínimo rastro de lo que amé, y, vórtice y aliento, el inodoro embarga en su coriolis un rehilete de aguas que sucumben, como suponían los egipcios, a las cuencas de la avena que bato despacio hasta cuajar.

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