Hande (1963) Gerhard Richter |
Agrada saber que
asomos y brotes pasan de mis manos al verde- machacado- de la menta. Usurpa
entre dientes, grávidos, el aroma, contendiente sensualidad. El labio superior,
un botox perfecto, liquidez si se quiere. Una insistencia casi teórica para
arrancarnos de los asientos y enviarnos a chingar con las protistas. Enjuagar
otra vez con esas aguas los lejanos puertos de los griegos y sus cíclopes
brutos. Y llegar, como lo hiciera Jonás, por justos regurgites (eucariontes) al
arrepentimiento. Ya. Veamos. Por el lado de las venas entregadas al fluir,
doblegadas al arrebato de la dermis en rosetas -vergüenza- como supondría una zagala
al ver su primer pene en una fragua. Cómo se puede comparar esa consistencia
sin la íntima irresponsabilidad de la opinión. Olfatear, no obstante y por el
momento, aunque por debajo las sábanas saquen a relucir un dedo gordo y
deformado por los hongos.
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