W. H. Auden |
Escuchando a W.
H. Auden hoy trocar su amor con la mole de los verbos, me puse a buscar una mano
reciente en el teclado de mi piel sitiada. Lo mismo de siempre abrevia cuando
se quiere bajar un Martini ya caliente. Impera lo que fue por lo que hubo y se
inventa el cortaúñas, los anillos que allí reposan en cada dedo, y un momento
se extiende en un segundo intento. Dudé si la palabra amor tenía que ser la
esencia, el gesto a mi encuentro. Si era yo quien debía transformarse en otra
cosa de mayor y sensible calcio. Y debí haber tomado nota cuánto el poeta Auden
ingería en el oxígeno de su cuarteado rostro. Pues, tantas veces, y otras por
descuido, no hago otra cosa que ignorar detalles al mirarme. Y concluyo -si es
que en ello encuentro refugio- Prefiero el palpar a retomarme el rostro y
engrasarlo. Y. A. Eliminar el prurito que dejara la rosácea y supurante roncha
de una ka.
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