Retrato de Pablo de Valladolid (1637) y Diego Velazquez |
Al apagar la luz maldigo teniendo en cuenta que después de Parra, La Violeta, pronunciar sentencias es juego de borracho. Al cerrar los ojos maldigo. Dónde se alberga el campo. Dónde el azul se confunde y el marrón domina todavía por los dudosos vientos de mayo. Desde el esófago el agitarse de unos pinos, la lengua agria, endurecida, me reclama la palabra. Lo único que escucho es un lejano timbre sobre lo duro y blando de la almohada. Y allí suspendido el cuerpo de ka en una película trágica irrumpe, a la bufón Pablo de Valladolid, sombra contra el espacio, a favor de toda pérdida, aferrado a mi pene.
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