A través de la aguja de madre, enhebrada cinco
veces microscopio, vengo linaje de dudosos algodones de inmigrantes pirenaicos
cortado por las sambumbias tropicales. Y cuando creo que llego, (soy) el revés.
El niño zurcido en la cintura de las siestas- algarabía hace un rato sobre la
mesa. Lentejas vertidas en el mantel, todavía el mosquero rondando hasta que el
propio asco hace estrago. Tirado en el catre el vapor del mediodía me desgancha
cuando pasa la máquina de Don Miguel rumbo a su casa. Hacia el confín. Creo. Y
el silencio cruje, un galeón y Gulliver por las paredes zarpa. Se abre la
puerta del armario con el chirrido de su presión oscura y acoge a mis hermanos fugitivos. Cuando mi hermana tumba el jarrón comienza el encanto. Premuras. El
escándalo. Madre corre. Padre despierta y Qué cojones. Mi hermano llora. Y yo,
mirando al techo de zinc, en poco me diluyo. Oliéndome la fana me concentro en
tres palabras: alforfón azufaifo fotuto.
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