Retrato de Miguel de Cervantes Saavedra y Juan de Jáuregui y Aguilar (1583-1645) |
Era tarde o y no.
Pero significativo es que fue un poeta de poca importancia. Se entregó, pasada
mitad su vida, al poema sin saber que la vejez es mala espesura para versos. Y
sin templarse templaba. Ala, aire libre, el revés de los jardines, las
bibliotecas públicas. Y cuando entraba en ellas, el insoportable olor a queso
humano, nauseas y diarreas en él luchaban por expedir la primera línea. Después.
Vinieron talleres y dos lecturas y o cuatros amigos etílicos los cansancios. Y más
tarde, en el tumulto, leyó mal un par de libros ejemplares. Y si eran buenos o
no los poetas, de nada le valió cuando quiso imitarlos. O. Cuando la palabra le
fluía, porque algo muy algo, dentro de aquello, se le reflejaba en el espejo de
lo suyo. Tan igual pero tan imposible. Y cuando al fin. Por obra de otros
entregose en metátesis a la tentación de lo público, le invadió, sin euforias,
la catacúmbica y umbilical ausencia sobre el torrente maceado, el verbo. Podía,
por fin, al lado donde estuviera su tumba, callar, colgar aquellas cuerdas
escritas. Sintió, aproximación a la total indiferencia, alivio.
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