Cabeza de venado (Diego Velazquez) |
Crespo. Lo romo del árbol de enfrente. Los butanos.
El verano somete y sublima variante tras variante y se jacta al desplazar esta
tarde el erguido cuerpo, lejos, del venado que se ha parado a mirarnos. Óculo. Su firme estancia y frontal pose.
El roble blanco. Los seis cantos en él de cinco
aves irreconocibles. Pero. Su fuerza continua no gira, no lame, ni silba al
aire su estancia entre las palabras que aquí aireamos ante el amagar de estas
nubes casi insólitas. Casi remedio.
Debajo del toldo, su aporcar envera, sede,
locomoción, el viento. Un palo de azimut en los azules, ondas del averno, un
delicado agujero para dar bienvenidas, amargor.
La oropéndola. Duplicada asede, jaba, fundiéndose
se estrena sobre los cubiertos y los vasos en un sabor imposible colorear. Le pido a mis familiares un poco de paciencia antes que el momento cambie y
quedemos casi al punto del sorbo. Al cabo de un momento cuando esto (debería
abandonarnos).
Desde donde estamos, el sur se establece antes que
las nubes rueden de este a oeste y bajen su guardia, y el colirrojo- el falcón-
cimbre un nido. O. Se violen en tajadas los omóplatos de las vacas que, en el
fondo de 4 hectáreas, pastan cabizbajas. Sin exceder. El girón del soto abunda
y sus símiles dan un salto antes que el venado, sobre las barrenas de lavandas,
corresponda a un simple instante.
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