Hoy
todo aquí, en La Casa, se desarma. La idea de solidificar las ondas que llegan
entre cables y claves, enchufes y rotores, se disuelve en el alma de Diderot. Ahí, en sus páginas, el café de Isabel, dominio a medias, agrio, estítico, apurado se
desborda por un retorcijón que desde la claridad penetra. Y es
otro asueto con su anillo mágico al embargar en silencio la cadera de lo
portátil. Sus descargas, al son de la lluvia que
empezó
a las 11 argentes, picaduras, en sacerdocio hasta los verdes lux sobre el moral, se diluyen ante confesantes atoros. Creo, fundido, reducto, que quiero
interpretar y no puedo los intranquilos y oscilantes pescuezos de los
cardenales que pian sin cesar entre las ramas.
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