3 de mayo del 2011
Aquí todo empequeñece. Es lo que me han comentando en voz baja. Es lo que me han dicho en los bares con una sonrisa. Y aquí también. Es lo que la gente grita desde sus asientos a los jugadores. Le ha pasado a tantos animales en Laakbaar. Insisten. Tal vez la pregunta comience por el beisbol. O. Y. Pueda, entre la euforia del público, encontrarse una frase donde se calibre hasta cuándo (los reductos), cómo (la histeria), cuál (el presente), quién (el parlante), de dónde (la enajenación), quiénes (ríen incontrolables) en las gradas. Algo parecido le tiene que haber sucedido a los romanos. Un estadio indescriptible del ser.
El beisbol. Los Ciegos contra Las Abuelas. ¿Se juega un estado público o esférico? ¿Será esta la condición de un juego aislado y con un grueso libro de reglas incomprensibles? Miro los jardines. El derecho, el central, el izquierdo. Da la impresión que se pierden las distancias hasta las cercas. Lo único que mantiene coherencia es el diamante con su montículo. La blancura de las bases. Las líneas que divergen en un ángulo de 90 grados desde el plato como en un Mondrian. Un grupo de hombres uniformados con números en las espaldas se mueve por el pasto. El verde. El abundante verde. Y un gran bullicio.
El juego continúa. La pelota suena. Se crea un hueco seco cuando entra en los guantes. Se dilata la tensión cuando se eleva de un bate. Y los jugadores se mueven como si cayera del cielo un huevo. Y por supuesto (innings) van sucediendo cambios sin que exista la forma de un tiempo. Los jugadores gesticulan, discuten. Hacen grandes arcos con sus brazos para abarcar el aire. ¿Para intentar disminuirse? La mayoría de los jugadores son gordos. Obesos. En lo evidente quizá reina la desaparición. A veces, cuando los jugadores se dan golpes en el pecho, una ola eufórica se mueve en el gentío. La mayoría parece apoyar al equipo de Los Ciegos. Y redobla el bullicio. Una música se apodera de los espectadores detrás de la línea de la primera base.
No sé en qué momento (inning) la voluptuosidad se revira y conspira con el sabor de la fiesta. Los jugadores comienzan a desaparecer detrás de la línea de la primera y tercera base. Les veo refugiarse en un bunker. Allí se mueven nerviosos. Miran a sus compañeros. En definitiva, esperan que algo suceda en el campo. Y yo también espero que pase algo. A pesar que los espectadores comienzan a abandonar sus asientos.
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