27 de mayo del 2011
Taheña. Los rizos foscos hasta la cintura. Una rosca de pendientes, arrozales. O. Y. Ventolera. Como la luz que se entrega sobre las rocallas y revienta. Un cuchillo ha entrado en la carne. La sabrosura de la piel (abierta). Y su contra punto. Como en el círculo cromático. Los ojos verdes.
Me asomo. Me pongo en los dedos la forma de un guante para elaborar un puño, una sierra, un conjunto de toques donde quede como el pez aferrado. El jilguero en la jaula. Un modo de ponerle en el cabello un acierto más allá de lo mío.
Redondeo. Ato, uno por uno, hasta su finito, la distancia de esos cabellos. Una línea o una meta. Una vara para juzgar estas ganas de abrazarme con la distancia. Para acercarme a la junta de su nuca. Allí. Donde es más fresco. O. Y. Más allá. Donde los pudores bajan por la vergüenza. Gota que resbala en la tinaja y expone al viejo lodo.
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