lunes, 16 de mayo de 2011

Viaje a Laakbaar (sexto día y el mapa de los tatuajes)

16 de mayo y 2011



Los cuerpos egresan. La brisa. Las sumas de sus curvas aprietan debajo de los cocoteros un aro negro en las siluetas. Dos o tres tatuajes expuestos. Un consuelo para esta luz, por lo menos lejana, de un Laocoonte agonizante.  

De los desdobles de las glucosas un esmero, hasta los pies de las mujeres más blancas, se mueve con el color callado de las uñas. Asunto de las pieles (endurecidas). Me ha perseguido ese lunar varado. El tiempo. La repetición con sus pecas en los pechos de las europeas. Los banderines que flotan hacia el norte con mayor intensidad. Las nubes que han puesto en una dirección extraviada su color renacentista. Y el blanco.

Hay dentro de la piel una forastera. (La piscina). La sombra de la reducción con sus intentos de llevarse al muro, a los parasoles, a las tres mulatas, a la lata de cerveza, a los niños. Hacia la mar. ¿El flautista de Hamelín?

Inesperado. Llegan los franceses. Han bajado todos a la misma hora. Como si un reloj marino los lanzara a contra luz. Al despojo de las aguas. Al fondo de un programa Fortran. 

Y no hay barcos. Han bajado de sus alcobas con aplomo. Raspan el aire y allí se confunden con una certeza magistral. Aquí se afirman. Son lo que el resto del mundo teme cuando se asoman los colonialistas. Y como están pulidos no cargan con lijas. Ni se les puede ver en los ojos la playa por donde planifican clavar sus sombrillas y sembrar sus toallas. Arrastran eficientes sus gargantas sobre el ronquido de algunas palabras. Aciertan. Asienten. No importa el pequeño defecto de aquella señora que ha bajado con sus estilettos negros. 

Me niego (a) atinar que lo banal se engendra relativamente fácil. O. Y. Difícil. En Laakbaar sucede por medio de un laberinto de desconcertantes cicatrices. Aquí  me quedo pegado a mi asiento. Creo que va (b) ser improbable (c) vuelva (d) creer en estados de gracia. Muy escabroso. Ese mapa (impreciso) de los tatuajes.

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