12 de mayo del 2011
No sé por qué la boca de la mar se me aparece con un dolor que me desprende los ojos. Entramos en un bar. A la deriva, como una mar roja, la pizza flota. El tamaño del bar es tal que me resulta nauseabundo. ¿Por qué pienso en la boca de la mar? ¿Qué es lo que me duele?
En la vidriera del bar creo ver a un hombre gigante en una foto. En un afiche el presidente de Laakbaar apunta con el índice, en un gesto positivo, a un barco bucanero. No entiendo el asunto entre ambos. El afiche, cuando me acerco, intenta promover una imagen fresca de una cerveza nacional.
Me arrastran hasta una conversación de economía. Yo creo en la conversación económica. Explico. Evado la luz de la calle, que, como un mapa de Neptuno, me llena la vista de esquinas verdes. Una y otra vez pongo la cerveza en su querencia. Me va ensordeciendo el círculo de agua. El sudor de la cerveza. Una y otra vez niego. Asiento. O. Y. Callo.
La boca de la mar me traspasa. El dolor me entra y sale. Creo que algo dentro de mí está por explotar en cualquier momento. Pero. ¿Por dónde? Una ola (verde).
Orino largo y transparente. De vuelta al bar, me paro frente el afiche del presidente que apunta al barco bucanero. ¿Qué estaría apuntando cuando le tomaron la foto? Y. El barco. Tiene la misma bandera en extremis que flota en el castillo que duerme frente a la bahía. La misma bandera que está en el cuadro en el restaurante de La Moneda de Laakbaar donde la Gioconda nacional mira la batalla naval. La misma que parece reproducirse por toda la ciudad como el verde de Neptuno. La misma que flota (porque ahora desde la banqueta la puedo ver por encima del afiche) en un edificio como en el domo de Milán. La misma que está pegada en las salas y los cuartos, las aulas de todas las escuelas y las oficinas del banco nacional, en todos los ministerios, y en las mesas de los vendedores de La Catedral. La misma que está en el interior de las paredes de las casas que se derrumban. La misma que está planificada en el plano del delineante. Y. Por orden del arquitecto. La misma que está estampada en mi pasaporte.
Es obvio que en Laakbaar hay que repetir (las cosas) innumerables veces. O. Y. Por si ellas mismas se auto multiplican. O. Y. Por si ellas mismas son incapaces de multiplicarse. Lo que no logro comprender es si hay alguien que lleva el conteo. Si es necesario que en la repetición se le rinda a lo repetido un sentido de poder o fuerza. Y que luego, ese abstracto, tome forma y cuerpo. Y su presencia se magnifique. Se apodere hasta de lo más insignificante. Hasta el punto de la nausea. Ojo. Hasta el punto de una verdadera alegría.
Afuera. Otra vez. La luz. Me cuestiono por qué siento que este dolor tiene como blanco mi certidumbre. Le voy a buscar una esquina. Le voy a descalificar al modo de Pessoa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario