A medio tarso
(mitad tirso) lo otro. Un morro. La espera cuando la luz se estrella. Uno atiende a Esteban Salas tan pronto las cosas se elevan en la crema clásica de esa fe. De esa
mansedumbre entre los mosquitos. Recuerdo de
domingos. El camino por las aguileras, la cáliz, los flamboyanes y el
cielo torcido de mis padres enamorados cuando se llegaba adonde todos se
reunían mudos.
Y al evidenciar,
al tajo de estiércol, recién afiladas tijeras, los estribos, encaje mozárabe el
pregonero, el relincho por lo que habrá jalado el corcel hasta el puerto, cascos
llenos de ansias, una atmósfera, sin especificar el círculo luminoso de un niño
barroco en brazos de la virgen, juega al escondido a estas alturas, la enramada
oteo y melaza los corpiños sin sus levaduras de niñas bien.
Cuándo cae. Cuándo
pasa. Terral o alisios. El deterioro. Grutas el perfume del pru, barrancas,
donde acostarían mancebas ardientes el lunar y el Tivolí. Será eco la corneta
china. Y sin embargo, La jiña ha insistido, hombro girado, en el polvo su bordado. En el
portal de los verdes de larga respiración. Jardines. Papayas y verdolagas, el
sopor que baja por el tránsito de Garzón entre las campánulas
así. Como en el
cine. Un deseo cortar quisiera dos las vesículas en esto de hombre desde el sabor
de su materia, y esculpir al aire –simple acto- de entrega. La fiereza, la
pugna en el carnaval, la cañadonga, su glosa.
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