Con su hilandera
la lluvia al sacabuche (Dario Castello) arruina su oleaje pulmonar antes que
pueda sacarme los zapatos. La ventana, dos pasos, de repente en el vidrio se
traga el resto, quiero decir En vez del silencio, Resume su rigidez el
nubarrón, su transporte de enormes cartaginenses,/ y, también una ciudad
cretina, y, la vuelta de la ventolera avisa, lengua y fanfarria, a los morales
en susto la helada. Todavía, casi al doblar el espinazo, se me ocurre que
pudiera caminar hasta los huesos sentir su génesis, la contaminación de su ADN.
O no. Cerrar los ojos. Frotar La transparencia en los dedos, en una fogata
donde comienza la idolatría. O una dulzaina. Pero no. No habrá que temer un
diluvio hoy. La tina ya está llena.
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