sábado, 15 de febrero de 2014

La corriente


La incredulidad de Santo Tomas (c. 1601-02) Caravaggio 

La corriente. Antes que cambie si por las tripas anda. Ojo. Una moza de exageradas tetas. Habría que imaginarse una línea de ropas recién colgadas, donde juega el tropo, casi luz, risa, y, exultada, se desnuda. Porque desde que tiene distancia, y desde que se sabe que viene, pega con su bordón, avisa a paso marcado. Dónde. Peor, por dónde. Con un coro tipo Beach Boys. Un reflujo con camisa de palmeras (azules y fraude) amaga; y echando de menos a sus íntimos ácidos se agolpa sin rastros ni membranas. O. Mejor. Es de noche y nada, allá adentro, en ese pozo de sus intensiones, se puede describir ni estimular, añadir, borrar, aun echándole púrpura. Hay que tener en cuenta y se debe andar atento, dos ofensas como ley detesta la corriente. Otra corriente cuando se detiene. Y. Una casa con ventanas abiertas igual que un orificio humano.

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