lunes, 17 de febrero de 2014

En una mesa. En un bar. En Cádiz.

Baudelaire et la Président Sabatier, Thomas Couture


1
Si tejo en el lebeche cambrias y pectorales, doma el cadáver de Baudelaire con su tapa de mieles y el recodo de una corva por rodilla -eros en salsa- un mosaico, uno solo, apretados en pelvis, una y solidaria, Cádiz y playas soleadas y lo que hemos querido, y el asombro -hija salada de toto abarcador- a las cinco, su café y las noticias de ultra allá junto a mis poemas mexicanos.

2
Hay otra letra a la que el capipardo afloja su zorzal. Sérif suave. Pica que pica hasta el esternón su doble psoriasis, las ansias. Qué hay y no en el aire -portamenti- se afloja, mi oído a piernas y roce, algodones y vestidos pasan en una Nelson. Vaya agaches de mis testículos.

3
Con una cerveza bien bávara quisiera. Lábil. Aguas resumidas, piedras limpias, ponerme en una fecha. El monje que allí presenciara la evidente soledad de este callejón se agita hasta la lengua. Un bozo. En espumero. E insisto recordar que la lengua a algo tiene que saberme. 

4

Después de pagar mis cuentas. Los epígonos y mis insoportables acúfenos se rasgan otra vez, y en esa ranura me extiendo la mano -sobre la mano por posarse varias moscas- donde no hay nada. Esta mesa en el mundo. Este tejido bajo los azufaifos -a punto de levantarme.

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