Y pincho. Pincho las setas, el escarole trozado,
las lajas de manchego. Y ya fuera, vuelvo sobre el hielo a pinchar. Los juegos
transparentes en los resbalones de estas botas, las ruedas enojadas. Un silbido
hacia arriba, y me pillan en el arcén de otra estación. Paso, dos
soliloquios, frente a un viejo con un terrier que mea la nieve. Y a tres varas mido,
cuando el perro me ha mirado, a una mujer y, en la brisa, la espiral de su
tabaco. A cuatro cuadras un auto y el brillo en un instante me alcanzan. Me lo
explico en un color (aturdimiento) igual que decir sargazo por tortuga. O. Y. Este
desvanecido placer de estar del lado de acá. Porque cuando justo estoy frente a
mí aparece Manhattan- y a dos kilómetros siempre mis miserias se reparten
dentro de cualquier ausencia. Todo es simple corriente. En el posible parto de varios
versos, coagulado El Hudson, paso en las miradas. Me reviso las blancuras,
palpo, entre los caninos con el palillo los restos del almuerzo.
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