Dudo un instante si la psoriasis regresa en mis
groserías, milanesas en la corbata carmín que se levanta en los chipojos a la
hora de la siesta. Trasto sobre la cama me doy de espaldas contra las ollas,
allí desnudo, de un sueño más amplio que los elefantes que corren en la sabana
del edredón. Sumergido. Bálsamo. Entra por las ranuras de las ventanas el
redondo pueblo del moral del patio. Acústicas y cuerdas en sus ramas. Sobre
todo, se han metido los círculos de la primera mosca anticipando la primavera.
Y a parar va, sin disimulo, donde la piel se revienta entre pruritos, podrida
en un número de diminutas hostias. Se frota allí las delanteras. Dos periplos y
a la pared. Hasta que abre la puerta Isabel. Y al desnudo verme sobre los
elefantes en estampida, levemente se encarama en uno de ellos, y en suave
mordida en la oreja (derecha) me porfía el menú de hoy: Tío Pepe, ensalada de
berro y milanesa.
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