José Martí |
El viento tieso. La estatua de José Martí detrás
de una cerca en Boulevard East, y de espaldas a Manhattan, se mantiene verde
bronce y sin primavera. Las abruptas nubes de lo silencioso al estacionarse en
las magnolias, al esperar, duplican su grosor. Aun cuando los perros lo mean el
Apóstol nunca se baja. Su bigote sometido a una indispensable mirada se fija en
lo de siempre. El tránsito forjado en el peralte por innumerables autos en la
avenida. Las mismas casas cuando parecen reptar. Ausente, reverencias y ofensas,
a su lado rueda una corona de flores teñidas en el tricolor para un país ficción
o una fiesta hawaiana. Cualquier patria es ara, cualquier pétalo cualquier rosa.
Los indultos vendrán. Decir, por ejemplo, que padece del momento sorprendido del
tiempo aquel o luego la ruina del olvido. O ser o no ser. Y.O. Si preferiría
ser querido por busto -y sin lectura- o de cuerpo entero olvidado. Todo es, sin
embargo, murmullo, según dicen los que por allí pasan.
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