(segunda anotación)
El hombre. La iguana. Su piel desértica. Ha
puesto a un lado los olores, el tránsito, pécoras y carlancas. Y de repente.
Como si estuviera sobre un mástil y necesitara chupar para no aburrirse, le
viene en gana un jerez, acostarse en su cama, el frío en los labios, las
temperaturas haciendo su vida un hecho.
(cuarta anotación)
El hombre. La iguana. Cuando es posible sale
y se trepa como si caminara. Avanza y dice cosas alrededor de algunos ojos
donde una capa sepulta sus atlánticos y penetrares. El desconcierto y las
apariciones que hubiera verbalizado.
(séptima anotación después de orinar)
El hombre igual. Como una insignia. Con su
traje, a un metro casi, aparenta desmitificar, y como es de esperar, absolutamente
no puede, en ningún momento, alejarse de su ser. De las paredes y ranuras, de los
subsuelos, de los ardores, de la temida noche.
(una de las tres últimas notas con Y cuando)
Y cuando parapetado se le concede ser un
instante, iguana al fin, allí le ves entretener a mujer y hombre, piel evasiva,
patina, pretensiones de cuatro patas y dobleces sobre un pie- sobra rey- o pie
de rey en la medida que le resulte. O sea, substrae y recoge como si fuera un
cartabón para el odio a pesar del indulto general, y para ello sobran los
tontos, y quienes creen que lo que dice- y luego escriba- tendrá importancia para la raza
humana.
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