Ese flamboyán no lo confundas -diría- con
chocolate. Ni con tardes de pugilistas mal nombrados en el momento de un golpe
en el hígado- suelto- cerca del sartén todavía tibio. O si el amonestador sale con
su número, como dijera una guipuzcoana, al filo de un samurái Dos veces la voz
dicha o malhumor dado vueltas en su total o y su placer hecho hueco- manera de
empatar foránea displicencia- por desdobladas arquitecturas su sombra. Nada es prueba
aunque la verdadera medida no sea Utrera, Montezuma, un sabor de cortes, pues, a
veces, nada tiene que ver con la inteligencia, la memoria, y la diarrea.
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