En dos cascos hubo cuatro patas, fin de un cabo el rabo, cuernos
enroscados, a un castigo parecido, equívocos y ovidianos. Alentados por
inmejorables yerbas, orejas entregadas al tinnitus más allá de Apolo, el hocico
rastreó a quienes seducidos por los idus de febrero una mota de pieles entretejieron
gigantescos falos como un sueño donde entraban impunes y sin reservas hasta India.
Por campos, por aire, por jazzistas. Querían mujeres. Querían ser poetas de
saturninos versos. Ebrios. Alegres. Querían permitirse el lujo de entrar en
nuestro infierno. Hubo, en todo caso, que fabularlos. Y sobre todo, exterminarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario