Y de aquella prenda la aguja se fue hundiendo en
la forma de su mano. Crispada y los objetos se agigantan y, cuando cree
atraparlos, allí se esfuman en el piso. Es más rápida la punta que sus nervios.
Con ella se aparece el olor del recuerdo de un piñón de higuereta o la reunión
de 5 mujeres sobre los bordes en una tarde, tazas, café, y sus maridos en las
camas esperándolas.
Y al mirar bien, he visto en el edredón de su
lecho una constelación de telas del mundo, pentágonos unidos, impresionismos de
una larga resistencia, la bata que se puso mi hermana a los siete cumpleaños y,
en seguidillas, el pespunte que a nuestras vidas irguió.
A un lado, en el techo del patio de este
ultramar asilo, le muestro a la luz del día una lechuza de yeso que gira de cuerpo entero sin
que ninguna paloma le tema. La mirada de la hilandera intuye que la alfombra
del cielo y la lechuza están por bordarse en esa hebra del no saber cómo y cuándo
ella entrará feliz por la puerta de La Casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario