El agujero
El
agujero. Es el mismo que se abre ranura en la banana después del blanco, dulce.
Es el mismo en mi mordida en el resto de la pera que es un esqueleto igual, siempre.
Hoy. Este otro, en frente, decirlo, por un momento si pudiera apagar todos
estos aparatos y ponerme, leerme o decir, contra La Parálisis, el estado
bermejo, el insulto por el hígado punzado de merlot o de ese arroz que se abrió
en la hebra de la aguja y subió por las entrañas de la tierra aquí a recibirme
en un acotejo (humeando) sobre la boca de la taza como si fuera el yo a caerse para
jamás volver. Y la fórmula exacta de cómo decirlo se escapa. Huye en ello, por
algunas ranuras en descuido, entre los espacios de los tres adjuntos sillones
del sofá, y por debajo, en ese plano donde nadie barre y se acumula el polvo.
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