Así, insistente,
como el vals vienés, malo e indigesto, mi padre puso su tenor en la cuarta fila
del agujero bautismal; y en secuencias, a la postre, quiso ser pastor de un
herbazal que nunca vio ovejas. Se le dio, a las malas, por forma (remota) el
callado con que apuntaba sus discursos/ arengas repetidas en un ordenado arenal
en un patio de Kioto, y, allí, a la sombra del sueño bajo el almendro y el
rastrillo. Dios sabrá porque los logros tienen esa lejanía. Quizás mi padre lo haya
logrado entender en su soledad. O. Y. Pueda todavía afinar la voz aun
después de haber perdido la postiza dentadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario