María Moreno. “Naturaleza muerta de la sandía”, 1990 |
Desde la naranja, la cáscara, la resina. Labio, tempura de sunset, aceite esculpido bajo la manilla de oro que le cuelga. Amor de bolitas. Sus zapatillas, cortadas en el dedo -el juanete sufragio- mogote limpio y doloroso. Y torcida de sonrisa y cogote hace el amplio coqueteo, acercarse como amagar sin tocarse ni tocar las lumbres de este hombre que al lado mira fijamente cómo las carnes le cuelgan sin pararrayos, y esa condolencia de las artritis, metidas hasta el fondo refrigerando lo torcido, bien lejos del dolor o más bien, bien cerca del suero vidrioso en la fealdad. Le pone la mano, cree, por encima de la frente en esos cabellos que se lo han llenado de suavizadores con frambuesa y sandía, y ese nudo ataca en vez de llorarle o caer entre sus nudillos, derechazo donde hígados y enzimas endurecen con la misma revolución de la repostería: parece delicado gesto, fricción, patronato: y sin dudar corta la naranja en dos.
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